Ricardo Candia Cares
Un campo en el cual se da otra batalla entre explotados y explotadores, desde que el mundo es mundo, es en las palabras. “Civilización” le dicen los poderosos al sistema de dominación en el cual unos cuantos reinan sobre la miseria de miles de millones, al punto de poner en riesgo la vida sobre el planeta. Y esa definición se repite con una frecuencia convincente.
Desde hace casi cuarenta años a la dictadura se le llama “gobierno militar”, incluso en la voz de algunas de sus víctimas. A la tortura, que se utilizó con profusión e imaginación por algunos que hoy posan de gente decente, se le nombra como “apremio ilegítimo” y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez perdió, quizás por miedo a sus sílabas, su adjetivo, y se le nombra sólo como “Frente Manuel Rodríguez” por parte de la prensa uniformada.
“Enfrentamiento” se dijo que fueron los ajusticiamientos que militares cobardes llevaron a cabo en la oscuridad de la noche contra gente desarmada y rendida, en los tiempos de la dictadura. “Servicios de seguridad” se llamaron los órganos terroristas que hicieron vivir a medio Chile en la más terrorífica inseguridad durante casi veinte años.
A poco andar, la derecha más vil de cuantas hay en América Latina y quizás en el mundo, se comenzó a llamar “centro derecha” y, reciclados mediante el silencio cómplice de las primeras autoridades después de la dictadura, muchos de los que sostuvieron políticamente al tirano, derivaron en democráticos hombres de Estado.
“Transición” se viene llamando al largo tiempo en que se ha intentado perfeccionar la Constitución pinochetista mediante reformas de artificio que, con gran pompa, hicieron los distintos presidentes de la Concertación. Hito casi olvidado fue la faraónica oportunidad en que el presidente Lagos avisó que la Constitución de 1980 pasaba a ser la de 2005, cosa que a nadie pareció importar.
“Concertación de Partidos por la Democracia” se llama, desde que la componían catorce partidos, el actual grupo en extinción de cuatro colectividades que durante veinte años se repartieron las prebendas del Estado. Olvidados de los estragos permanentes de la dictadura, hicieron justicia y todo lo demás en la medida de lo posible. “Cárcel” se llama en el rebuscado lenguaje contemporáneo, que oculta más que descubre, el par de hoteles que albergan a los pocos militares que fueron condenados por crímenes contra la Humanidad. Como “Ley Reservada del Cobre” fue bautizada la exacción ilegítima que sufren todos los chilenos cada hora de sus vidas, la que va a parar directamente a la compra de armamentos inútiles y a aumentar el confort de los militares.
“Libertad de expresión” fue para los cuatro anteriores presidentes de la República el dominio absoluto que dos empresas siguen teniendo en la edición y distribución de diarios y revistas, y también el monopolio que acumula casi la mayoría del dial radial y de la televisión en manos de un par de empresas de los mismos poderosos omnipresentes.
‘Ministro de Hacienda” se llamó durante ese mismo lapso el representante de los empresarios en el gobierno, que cautelaba que la chusma no recibiera más de lo que las macrocifras sugerían para mantener los equilibrios. Y “subsecretarios del Interior” se llamaron los sheriff que no trepidaron en mandar a las tropas a las calles para controlar al populacho que, lo que hace la inocencia, creyó que eso de las grandes alamedas era en serio. Y son los que terminaron con la vida de varios mapuches sin que hasta ahora se haya hecho justicia. Algunos de esos sujetos hoy son diputados.
“Institucionales” se llamaron los parlamentarios que fueron nombrados a dedo para mantener el control de la gestión legislativa, de por sí inocua respecto del sistema. Y “Crédito con Aval del Estado” aún se llama la bola de fierro con que el sistema amarra a los valientes muchachos que intentan estudiar sin tener el dinero suficiente.
Por “Transantiago” todavía se conoce esa megaestafa ideada por uno de los presidentes de la Concertación y que maltrata a los ya maltratados santiaguinos que tienen la mala idea de trabajar lejos de sus hogares. Y “binominal” se llama la trampa por la que se obliga a los malos de la cabeza que aún votan a elegir entre la ensalada y el arroz graneado con que se los van a servir, no más se cuenten las papeletas, aquellos que resultan elegidos.
“Izquierda” se llama a la casi infinita serie de denominaciones, cual de todas más heroica y revolucionaria, en que se mantiene dispersa la única fuerza que unida podría levantar una opción no sólo para salvar al país, sino que a la Humanidad amenazada por el abuso que hacen de ella los poderosos.
Y “senadora” es el título que ostenta Ena von Baer, la ex vocera del desprestigiado gobierno de Sebastián Piñera, cuya cara de espanto resulta una actuación digna de Hollywood cuando Camila le recuerda que en general, para llegar al Congreso, es primero preciso haber sido electa.
Desde hace casi cuarenta años a la dictadura se le llama “gobierno militar”, incluso en la voz de algunas de sus víctimas. A la tortura, que se utilizó con profusión e imaginación por algunos que hoy posan de gente decente, se le nombra como “apremio ilegítimo” y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez perdió, quizás por miedo a sus sílabas, su adjetivo, y se le nombra sólo como “Frente Manuel Rodríguez” por parte de la prensa uniformada.
“Enfrentamiento” se dijo que fueron los ajusticiamientos que militares cobardes llevaron a cabo en la oscuridad de la noche contra gente desarmada y rendida, en los tiempos de la dictadura. “Servicios de seguridad” se llamaron los órganos terroristas que hicieron vivir a medio Chile en la más terrorífica inseguridad durante casi veinte años.
A poco andar, la derecha más vil de cuantas hay en América Latina y quizás en el mundo, se comenzó a llamar “centro derecha” y, reciclados mediante el silencio cómplice de las primeras autoridades después de la dictadura, muchos de los que sostuvieron políticamente al tirano, derivaron en democráticos hombres de Estado.
“Transición” se viene llamando al largo tiempo en que se ha intentado perfeccionar la Constitución pinochetista mediante reformas de artificio que, con gran pompa, hicieron los distintos presidentes de la Concertación. Hito casi olvidado fue la faraónica oportunidad en que el presidente Lagos avisó que la Constitución de 1980 pasaba a ser la de 2005, cosa que a nadie pareció importar.
“Concertación de Partidos por la Democracia” se llama, desde que la componían catorce partidos, el actual grupo en extinción de cuatro colectividades que durante veinte años se repartieron las prebendas del Estado. Olvidados de los estragos permanentes de la dictadura, hicieron justicia y todo lo demás en la medida de lo posible. “Cárcel” se llama en el rebuscado lenguaje contemporáneo, que oculta más que descubre, el par de hoteles que albergan a los pocos militares que fueron condenados por crímenes contra la Humanidad. Como “Ley Reservada del Cobre” fue bautizada la exacción ilegítima que sufren todos los chilenos cada hora de sus vidas, la que va a parar directamente a la compra de armamentos inútiles y a aumentar el confort de los militares.
“Libertad de expresión” fue para los cuatro anteriores presidentes de la República el dominio absoluto que dos empresas siguen teniendo en la edición y distribución de diarios y revistas, y también el monopolio que acumula casi la mayoría del dial radial y de la televisión en manos de un par de empresas de los mismos poderosos omnipresentes.
‘Ministro de Hacienda” se llamó durante ese mismo lapso el representante de los empresarios en el gobierno, que cautelaba que la chusma no recibiera más de lo que las macrocifras sugerían para mantener los equilibrios. Y “subsecretarios del Interior” se llamaron los sheriff que no trepidaron en mandar a las tropas a las calles para controlar al populacho que, lo que hace la inocencia, creyó que eso de las grandes alamedas era en serio. Y son los que terminaron con la vida de varios mapuches sin que hasta ahora se haya hecho justicia. Algunos de esos sujetos hoy son diputados.
“Institucionales” se llamaron los parlamentarios que fueron nombrados a dedo para mantener el control de la gestión legislativa, de por sí inocua respecto del sistema. Y “Crédito con Aval del Estado” aún se llama la bola de fierro con que el sistema amarra a los valientes muchachos que intentan estudiar sin tener el dinero suficiente.
Por “Transantiago” todavía se conoce esa megaestafa ideada por uno de los presidentes de la Concertación y que maltrata a los ya maltratados santiaguinos que tienen la mala idea de trabajar lejos de sus hogares. Y “binominal” se llama la trampa por la que se obliga a los malos de la cabeza que aún votan a elegir entre la ensalada y el arroz graneado con que se los van a servir, no más se cuenten las papeletas, aquellos que resultan elegidos.
“Izquierda” se llama a la casi infinita serie de denominaciones, cual de todas más heroica y revolucionaria, en que se mantiene dispersa la única fuerza que unida podría levantar una opción no sólo para salvar al país, sino que a la Humanidad amenazada por el abuso que hacen de ella los poderosos.
Y “senadora” es el título que ostenta Ena von Baer, la ex vocera del desprestigiado gobierno de Sebastián Piñera, cuya cara de espanto resulta una actuación digna de Hollywood cuando Camila le recuerda que en general, para llegar al Congreso, es primero preciso haber sido electa.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 750, 6 de enero, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario