El acuerdo que presentaron las mesas de RN y la DC puede analizarse desde el contenido y desde la táctica.
En torno a la primera discusión, no cabe hacerse muchas ilusiones. Después de años llenando la piscina que posibilitara un cambio al sistema binominal, el texto de Walker y Larraín se concentra en una pieza de exuberancia política: avanzar hacia un régimen semipresidencial con primer ministro. ¿Es una mala idea? Para nada. Somos muchos los que creemos que el hiperpresidencialismo chileno está resultando nocivo. ¿Representa una demanda real de la ciudadanía? Claro que no. Se trata de una transformación estructural escasamente socializada que requiere una serie de explicaciones que van desplazando de la agenda la cuestión central: qué hacemos con el binominal.
Cierto, el pomposo y “patriótico” documento RN-DC señala que debemos optar por un sistema electoral proporcional corregido. Pero luego guarda silencio y no dice nada más sobre el punto. Paradójico, tomando en cuenta que el binominal es precisamente un sistema proporcional, aunque el menos proporcional de la familia por estar “corregido” a través de un subsidio a la primera minoría. Los optimistas quieren ver en este entendimiento programático la antesala de un cambio efectivo en las reglas electorales. Yo prefiero guardar un sano escepticismo: en los detalles aparecen las diferencias y esos detalles no están ni remotamente abordados por el acuerdo.
El Gobierno se complica. Se le genera una división interna que trae a la memoria la dificultad crónica de la centroderecha de construir confianzas. Pero además se le devuelve la pelota que había lanzado magistralmente al Congreso: el Presidente pidió que los partidos se pusieran de acuerdo y los partidos respondieron poniéndose de acuerdo.
Por lo anterior prefiero dedicar el resto de la reflexión a lo que este episodio implica desde el punto de vista de las señales políticas y los equilibrios de poder. No hay dudas respecto de que el principal perdedor es la UDI. Carlos Larraín rompe la alianza conservadora que parecía hegemonizar los ritmos del oficialismo y deja al gremialismo aislado a la derecha. Por eso sus dirigentes han montado –con razón- en cólera. El caso más paradigmático es el de Jovino Novoa, defensor del statu quo, último bastión del viejo régimen. Ni todas sus redes parecen ser suficientes esta vez para contener el impulso democratizador. Dentro de la propia UDI, además, es el bando ortodoxo de Novoa el que más resiente la ofensiva de RN. Y aunque la vulnerabilidad exhibida por Coloma pueda inflamar las pasiones de Jovino por reconquistar la presidencia del partido, a estas alturas se hace evidente que su poder declina, su estrella se apaga.
Carlos Larraín se fortalece. Transigir a espaldas del partido aliado no es decoroso, pero el presidente de RN entendió a tiempo que no le convenía asumir de villano en materia de reformas políticas. La deslealtad al pacto oficialista parece un precio razonable para redituar en otros escenarios. Mal que mal, la UDI que firma cartas contra el Jefe del Gabinete no es el prototipo de la fidelidad coalicional. Internamente, Larraín también gana. Días atrás, los denominados liberales de RN eran profusamente elogiados en las redes sociales por su arrojo y convicción democrática mientras “Don Carlos” era el blanco de los dardos progresistas. Hoy, aparece dando la sorpresa, articulando acuerdos, definiendo la cancha y reafirmando su poder.
El Gobierno se complica. Se le genera una división interna que trae a la memoria la dificultad crónica de la centroderecha de construir confianzas. Asimismo se le devuelve la pelota que había lanzado magistralmente al Congreso: el Presidente pidió que los partidos se pusieran de acuerdo y los partidos respondieron poniéndose de acuerdo. Todo esto sería una gran oportunidad para Piñera si tuviera un conductor político capaz de llevar la empresa a buen puerto, pero esa ausencia ha sido justamente una de las debilidades de La Moneda. Lo relevante es que el Presidente ha sido notificado que tiene espaldas políticas –y eventualmente los votos- para avanzar en la reforma.
Walker también canta victoria. Cuando todos estábamos a punto de sentenciar que su período al mando de la DC sería recordado sin pena ni gloria, como un paréntesis principesco de escasa vocación renovadora, saca del sombrero la vieja habilidad falangista de operar como bisagra del sistema político. Porque es evidente que la foto de los cuatro presidentes de la Concertación suscribiendo un acuerdo para sustituir el binominal no constituye novedad y menos provoca las tensiones necesarias para producir cambios. De esta forma manda un recado a sus socios: no subestimen a la flecha roja.
La izquierda concertacionista alcanzó a reaccionar bien. Aunque varios ensayaron el libreto del picado, finalmente primó la cordura: “importa el fondo y no la forma”. El objetivo es el mismo y ahora parecen contar un nuevo aliado, el decisivo para obtener la mayoría requerida. Todas las otras conjeturas respecto de un eventual pacto DC – RN que vaya más allá de esta pasada me parecen equivocadas. Tanto la DC como RN han reafirmado su domicilio político en la centroizquierda y en la centroderecha respectivamente. Una golondrina no hace verano, no derriba la lógica del duopolio ni borra las culturas tribales excluyentes que se han forjado durante décadas.
En síntesis, más ruido que nueces. Se agradece el espíritu cívico de buscar acuerdos cruzando el río pero es muy temprano para descorchar champañas. La operación está pasada a gestos, símbolos, guiños y pasadas de cuenta, y no resulta sabio dejarse embrujar por todo eso sin tener la certeza de que esta vez, al fin, algo va a cambiar.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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