viernes, 20 de enero de 2012

La igualdad, cimiento del socialismo

Fernando A. Lizárraga, autor de “El marxismo y la justicia social”.
Felizmente parecen estar abandonados los tiempos en que se consideraba al marxismo como una doctrina cerrada, afinada hasta en sus detalles. La actual orientación sostiene que se trata de una ideología en movimiento, que se enriquece con los aportes de otras disciplinas y el surgimiento de nuevos fenómenos. Además, se enriquece con ideas no necesariamente tributarias del marxismo, que es posible articular con pensamientos de éste sin desviar su orientación y propósitos liberadores. En esa línea trabaja el académico argentino Fernando Alberto Lizárraga, que explora el concepto de justicia social que debería inspirar al socialismo marxista. Recurre al igualitarismo como concepto central, que converge con el igualitarismo crítico de John Rawls, que con su “Teoría de la justicia” revolucionó las ciencias sociales.
Fernando Alberto Lizárraga, historiador por formación, tiene una maestría en filosofía política en la Universidad de York, y un doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Buenos Aires. Ajusta su pensamiento a las nuevas realidades y lo refiere al pensamiento de Ernesto Che Guevara, de profunda dimensión ética y valor anticipatorio más allá de la utopía para ceder lugar a realidades posibles.
Lizárraga acaba de publicar en Chile el libro “El marxismo y la justicia social” (Editorial Escaparate), en la colección “Debates sobre socialismo” que impulsa la Plataforma Nexos, y que ha despertado un poco frecuente interés, demostrando por una parte la vitalidad del marxismo y, por otra, la audacia y preparación académica del autor, que es actualmente profesor en la Universidad de Neuquén, en Argentina.
PF entrevistó a Lizárraga, que vino a Chile a presentar su libro en charlas que ofreció en Concepción, Valparaíso y la capital.

Marxismo y justicia social
¿No es redundante hablar de marxismo y justicia social ya que el objetivo del primero es la justicia social?
“Efectivamente podría verse así, porque en el marxismo hay una implícita concepción de justicia social. Cualquiera que se considere socialista o marxista está a favor de ese objetivo. Sin embargo, el asunto no es tan sencillo. Si se hace un trabajo más fino en términos teóricos, uno encuentra que no hay en el marxismo una concepción completa de la justicia social. Existen esbozos, pedazos, y no más. Si uno pregunta, por ejemplo, ¿la sociedad socialista es una sociedad justa?, decimos que sí, sin mayores argumentos. Avancemos un poco más: ¿justa en qué sentido? Ahí empezamos a tener dificultades: es una sociedad justa porque es igualitaria, es justa porque se ha superado la explotación y la alienación, o es justa porque está más allá de la justicia. Son respuestas posibles”.
¿Cómo vieron el tema socialistas utópicos como Saint-Simon y Fourier?
“Los socialistas utópicos nunca se consideraron a sí mismos como tales, ya que se estimaban haciendo reformas sociales. Fueron Marx y Engels quienes los llamaron así, agregando que eran socialistas utópicos críticos, que percibían los vicios y defectos del capitalismo pero no habían descubierto cuáles eran los caminos y mecanismos de transformación. Con todo, vieron en ellos ideas interesantes para desarrollar a futuro. En el caso de Saint-Simon encontramos una idea de sociedad muy jerarquizada, regimentada, empezando por los científicos e intelectuales hasta los que hacen labores manuales de menor calificación. Lo que importa en su sistema no es la igualdad sino la armonía. Una sociedad que supera al capitalismo en la que no hay conflictos. El caso de Fourier es tal vez el más sugestivo. Su idea central es dar rienda suelta a los deseos y pasiones. Piensa que se autorregulan en el marco del falansterio, la construcción en que, según su sistema, habita cada una de las falanges en que se divide la sociedad. Existe, además, ‘la pasión mariposa’ de que hablaba ese socialista francés: nadie puede concentrarse en un determinado trabajo más de tres horas al día y, por lo mismo, debe cambiar permanentemente a otra actividad. Incluso dice que las pasiones más bajas, como la glotonería, se convierten en algún momento en ‘gastrosofía’, que se eleva al nivel de arte. En todo caso, en el socialismo utópico crítico hay una apuesta a que el hombre en la sociedad futura habrá cambiado, transformándose es un hombre de índole superior”.
Los que piensan que hay una transformación en la condición humana dicen que el comunismo está más allá de la justicia, pero eso es casi un mundo angélico...
“En una lectura más moderada de Marx, y pensando que siempre va a persistir el reino de la necesidad y siempre será necesario trabajar, producir y distribuir -por lo menos lo que es básico para la reproducción de la existencia-, y sin esperar una transformación radical en la condición humana (es decir que los hombres sean totalmente buenos y altruistas), siendo razonablemente optimista en el sentido material y en el sentido subjetivo, es ahí donde la justicia importa. Esto es lo que se llama ‘circunstancia de justicia’, que acepta un moderado altruismo (no pretende un altruismo total) ni una bondad absoluta que permite la discusión sobre la justicia social. Este es el primer punto que el marxismo debe dejar en claro, aunque algunos lo cuestionan. Yo creo que Marx lo pensó así y esbozó una teoría de la justicia, digo esbozó porque ni siquiera está nombrada como tal, pero vislumbraba dos fases del comunismo, lo que después Lenin diferenció como sociedad socialista y sociedad comunista.
Para la primera fase, Marx dice que cada uno va a recibir en función de su productividad, cada quien según la intensidad y calidad del trabajo. Marx dice en la Crítica del Programa de Gotha, y eso para mí es el punto central, que esto es lo posible en esta etapa. Pero a mí no me gusta. Porque es defectuoso y recompensa a algunos por sus ‘privilegios naturales’, como los llama Marx. Aquel que naturalmente se vio privilegiado por circunstancias ajenas a su voluntad, producirá más y recibirá más y aquel que entre comillas se ve ‘castigado’ producirá menos, recibirá también menos. Y puede ocurrir que el que recibe menos tenga más hijos, mientras que el que recibe más, no tenga hijos. El reparto, por lo tanto, no es igualitario. Marx dice que esto es defectuoso, pero inevitable”.
El Che y los estímulos morales
“En el primer Marx, que se pronuncia porque a cada uno se le remunere según su productividad -agrega Lizárraga-, hay un reconocimiento del mérito. ¿Pero el mérito de dónde viene? Nadie puede reclamar el mérito de ser más fuerte, de haber recibido mejor educación, de ser más inteligente, etc. Y esto se entronca con una discusión contemporánea de pensadores igualitarios que opinan más o menos en el mismo sentido. John Rawls, pensador norteamericano, escribió en 1971 su Teoría de la justicia que aborda el tema de la justicia social. Desde una concepción humanista y liberal tiene un punto de encuentro con Marx, en el sentido de que ambos son profundamente antimeritocráticos. Rawls dice, por ejemplo, que los talentos individuales son parte de un acervo común. Eso significa que una persona puede beneficiarse de sus talentos -obteniendo mejores salarios, etc.- sólo en la medida en que también se beneficie a los que están peor. Estos igualitaristas liberales no son solamente antimeritocráticos sino también prioritaristas. Es decir, que la sociedad debe preocuparse de la igualdad dando prioridad a los que están peor.
La discusión sobre la justicia social podría ponerse en estos términos: las teorías sobre la justicia, incluso la esbozada por Marx y las visiones de otros, se enfocaban como que eran para las instituciones. John Rawls lo dice específicamente: ‘El objeto de mi teoría -son sus palabras- son las instituciones sociales’. Mientras esas instituciones sean justas y funcionen, serán las instituciones y no las personas los objetivos, porque éstas se acomodan aunque sea de malgrado y las instituciones hacen funcionar las sociedades. Es, en suma, una especie de optimismo kantiano. Llevando las cosas al extremo, Kant planteaba que podía haber una república de ‘demonios’, bien organizada si sus instituciones eran impecables; entonces, los mismos demonios podrían tener conductas republicanas, aunque en su fuero íntimo no lo quisieran.
Aquí nos encontramos con Ernesto Che Guevara, que permite situar, adecuadamente a mi juicio, la discusión teórica. Entre otros, hay dos artículos claves suyos. Uno, de l964, sobre el sistema presupuestario de financiamiento que propone un sistema de dirección económica alternativo a la planificación burocrática soviética y al predominio de los estímulos materiales. El Che plantea allí el predominio de los estímulos morales, que deberían imponerse plenamente en un periodo no necesariamente breve. No propone la eliminación de los estímulos materiales, que seguirán existiendo en las etapas iniciales, tendiendo a su reemplazo por el estímulo moral. ¿Durante cuánto tiempo? Es claro que no está pensando en siglos ni en muchos años. El Che diseña un conjunto de medidas e instituciones para el periodo de transición al comunismo en que se va a distribuir de acuerdo a las necesidades. Después tenemos El socialismo y el hombre en Cuba, en que perfila una nueva subjetividad, que no es la de un santo o de un ángel. Habla del hombre nuevo que es, a mi modo de ver, y según el Che lo esboza, una persona cuyas decisiones en lo cotidiano son concurrentes y consecuentes con la institucionalidad social.
Es claro que el Che se da cuenta que con las instituciones solamente no es posible provocar el cambio. Se puede tener instituciones muy bien organizadas, muy justas, pero si no se tiene personas que en sus acciones cotidianas tomen decisiones inspiradas en los mismos principios que orientan a las instituciones, ese sistema hace ruido pero no funciona. Cuando Marx y Engels dicen en el Manifiesto Comunista que el desarrollo de cada cual es la condición del desarrollo de todos, están pensando en algo fundamental: en la posibilidad de una armonía dentro de un despliegue libre de sus preferencias. En una sociedad así -en un horizonte comunista- no hay una inmersión del individuo en una totalidad superior. Para el Che tiene que haber una expresión de la individualidad. No se puede suprimir y confundir el comunismo con el colectivismo, en que el individuo queda absolutamente anulado en función de un sujeto diferente. Somos defensores a ultranza del individuo, dice el Che, pero no lo somos del individualismo ni del egoísmo.
En esa clave hay que pensar al Che, en un equilibrio entre las instituciones justas y las personas con un ethos de sentimientos y razones morales que nos hagan sostener esas instituciones. Instituciones nuevas con -por decirlo así-, ‘hombres viejos’ no van a ningún lado. Lo dijo el Che, varias veces: no se puede vencer al capitalismo usando sus propios fetiches”.
Valores del socialismo
¿No sería posible -allí donde se pueda- generar condiciones de producción o sociabilidad basadas en estímulos morales?
“Un pensador inglés, Gerald Cohen, autor de un libro sobre Marx, ¿Por que no el socialismo?, dice que los socialismos padecen de un gran déficit ético, pero que hoy podemos discutir sobre ciertas bases y principios importantes: reciprocidad, igualdad, solidaridad. Pero tenemos un problema crucial de diseño. No sabemos poner esos principios en gran escala. El capitalismo es un sistema construido sobre los peores vicios: el egoísmo y el miedo son los motores del capitalismo. ¿Cómo podemos construir un sistema socialista basado en el altruismo, la solidaridad, la fraternidad, la justicia, la igualdad, en valores que no están ausentes de las prácticas cotidianas?
A mi modo de ver, el socialismo debe pensarse en función de un horizonte utópico, que es su función como idea reguladora. Yo diría que en Noruega, por ejemplo, las condiciones propias del Estado de bienestar son sorprendentemente buenas. Pero sigue siendo capitalismo con explotación y trabajo alienado. Pero si tengo que comparar Noruega con un mal socialismo, la cosa se hace mucho más difícil. Y si pensamos que hasta sería posible que las empresas fueran manejadas en conjunto por empresarios y trabajadores y que el sistema de impuestos dejara a los propietarios sólo una renta casi no lucrativa, podría decirse que el socialismo de mercado es lo mejor que se puede tener, como lo sostienen muchos. Bueno, esa es una posibilidad”.
¿Y cómo se concilia eso con la realidad? ¿El socialismo no es una meta necesaria y segura?
“Esa es una observación fundamental. No hay certidumbre del triunfo. Socialismo o barbarie, dijo Rosa Luxemburgo. Por su parte, Walter Benjamin dijo que el socialismo es el freno de emergencia que se aplica al tren del capitalismo que nos lleva a la catástrofe.
Por otra parte hay que defender la idea de que el marxismo no es un sistema hermético, cerrado a las contribuciones de otras ciencias y que, tampoco, es necesariamente superior a todas las otras ideologías o concepciones. En algún momento el marxismo tuvo que dejar de ser autorreferencial, aferrado a ideas que simplifican el mundo, que permiten dormir tranquilo y entrar en diálogo con lo mejor del pensamiento burgués, porque la burguesía ha alcanzado el pináculo de su poder y uno puede suponer por simple lógica, que también sus pensadores han alcanzado la cumbre. Uno de esos grandes burgueses es John Rawls y no significa que sea un pensador neoliberal, o un pensador cerradamente capitalista, porque dice que su teoría de la justicia se puede aplicar incluso en un sistema de propiedad colectiva de los medios de producción, aunque lo central de su pensamiento sea abstracto y no baje a la vida corriente”.
HERNAN SOTO
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 750, 6 de enero, 2012.

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