Solemos discutir más sobre los efectos, pero no respecto de las causas de los procesos políticos y sociales. Aquello es precisamente lo que está ocurriendo con el refichaje. Se analizan las cifras de reafiliados, se discute el impacto que tendrá en las elecciones primarias, se debate sobre el rol del Servel, se estudian las opciones para las candidaturas presidenciales, y se evalúa la tragedia que podría generar en varios partidos tradicionales en las elecciones parlamentarias y de consejeros regionales de este año.
Sin embargo, muy poco se ha dicho respecto de los factores que han provocado esta situación. ¿Por qué partidos que decían tener sobre 110.000 militantes no han logrado reinscribir ni siquiera el 10% de sus afiliados? ¿Qué factores explican el éxito de algunas tiendas políticas (PS, PRO, Evópoli) y la lentitud de otras? ¿Qué explica que el partido más grande de Chile, la UDI, sea uno de los que más dificultades ha tenido en reafiliar a sus militantes?
Tampoco se discute respecto del modelo de partidos vigente, uno basado en clientelas de militantes sin mucho poder real, ¿Acaso las dificultades de reclutar ciudadanos no se relaciona, tal vez, con el tipo de oferta política, el tipo de prácticas políticas vigentes, el tipo de militancia que se exige o el tipo de poder que adquiere este nuevo (o viejo) afiliado? ¿No será que los partidos están buscando militantes de mediados del siglo XX, para exigencias que son del siglo XXI?
Lo que explica la actual desafortunada circunstancia no es una interpretación de la ley que nos entregó el Servel; lo que está en cuestión es algo muchísimo más profundo y se vincula con un modelo centenario de relacionamiento entre partidos y ciudadanía. El problema no está en el refichaje sino en la débil estructura de vínculos entre partidos y sociedad. Y es eso lo que debiera preocuparnos. No es posible organizar la vida democrática sin partidos, entonces, la discusión es qué tipo de estructuras partidarias requiere nuestra sociedad.
El sistema político chileno, desde prácticamente su fundación, combinó dos elementos no excluyentes: partidos que se movilizaban en torno a programas o ideologías (conservadores vs. liberales; capital vs. trabajo; centralistas vs. federalistas, etc.) y que establecían redes de carácter vertical o clientelas para asegurar votos en cada proceso electoral. Ambas condiciones (ideología y clientelismo) fueron parte de la escena política desde el nacimiento de la república y aquello se proyectó una vez recuperada la democracia, en el año 1990. Todos los partidos –de derecha, centro e izquierda– simultáneamente planteaban sus programas y reclutaban clientelas.
Lo que está en juego detrás del debate del refichaje es el tipo de partidos que sería deseable establecer. La pregunta totalmente ausente del debate sobre el refichaje es, ni más ni menos, ¿qué modelo de partidos políticos es deseable en un sistema político como el chileno? El modelo de “club de Tobi”, que dominó a varias tiendas políticas por décadas, parece en retirada. El modelo “plutocrático”, controlado por un solo gran contribuyente, tampoco parece estar de moda.
Pues bien, ¿qué modelo alternativo se necesita? Algunas de las reformas políticas recientes han explicitado una dirección: partidos financiados públicamente, con estructuras de poder internas democráticas, con padrones conocidos por todas las fuerzas en competencia, con propuestas programáticas que deben ser explicitadas en cada elección, con rendición de cuentas y control externo a su funcionamiento. Eventualmente se requerirían ofertas políticas todavía más programáticas y flexibles respecto del tipo de afiliación.
Pero las dificultades del refichaje son una expresión más de la crisis de un determinado modelo de hacer política: autocentrado, vertical, sin control de los padrones internos, sin vínculos con la ciudadanía. Las reformas políticas y prácticas de los propios partidos deberán, precisamente, hacerse cargo de esta pregunta básica: qué modelo de partidos es aconsejable para nuestra democracia. Lo que se ha hecho evidente en la actual coyuntura es que el modelo de partidos –la forma en que ellos se relacionaban con la sociedad– enfrenta bastantes dificultades.
Lo que explica la actual desafortunada circunstancia no es una interpretación de la ley que nos entregó el Servel; lo que está en cuestión es algo muchísimo más profundo y se vincula con un modelo centenario de relacionamiento entre partidos y ciudadanía. El problema no está en el refichaje sino en la débil estructura de vínculos entre partidos y sociedad. Y es eso lo que debiera preocuparnos. No es posible organizar la vida democrática sin partidos, entonces, la discusión es qué tipo de estructuras partidarias requiere nuestra sociedad.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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