Las últimas investigaciones de la Fiscalía Nacional Económica (FNE) sobre colusión en supermercados y en el mercado avícola, constatan una realidad generalizada en Chile: el alto grado de concentración económica. Este fenómeno se repite con obstinada persistencia en casi toda las industrias, los servicios básicos, medios de comunicación, ISAPRES, AFPs, y sobre todo, en el sistema financiero.
La fusión de empresas y el crecimiento para competir en mercados externos suelen ser necesarios, pero la magnitud y generalidad que ésta alcanza en Chile no es propia de una economía sana. El fenómeno se agudizó en los últimos 20 años, en que ni el Tribunal para la Defensa de la Libre Competencia creado en el 2003, ni las mejoras a la legislación otorgando mayores atribuciones a la FNE en el 2009 pudieron contener el proceso y sus nefastas consecuencias sobre los consumidores y el desarrollo productivo del país. En todo caso, las mejoras a la legislación que duermen en el Congreso no resuelven el fondo del problema, como las leyes que impiden la formación de monopolios y oligopolios, fijando topes a la participación en el mercado.
Existe una gran diferencia entre la concentración orientada a la explotación de rentas monopólicas -acompañada de expoliación a los consumidores y abuso a los proveedores, como la que se observa en Chile- con la concentración necesaria para competir en el mercado internacional. Este contraste se observa claramente en el mercado avícola de Chile, en relación al de Brasil.
Se ha hablado del daño que la concentración impone a los consumidores, pero también debe señalarse el impacto negativo en el desarrollo del país. La concentración económica representa un serio obstáculo al ingreso de nuevos actores a los mercados y genera un entorno adverso al desarrollo de la creatividad empresarial, indispensable para asegurar la competitividad en el ámbito mundial. Es paradójico que Chile sea uno de los países que más Tratados de Libre Comercio ha firmado en el mundo y, al mismo tiempo, tenga la menor diversificación exportadora.
Esto no es casual y se constata al comparar el grado de concentración de las exportaciones en Chile, con otros países ricos en recursos naturales como Nueva Zelandia y Malasia. En 1985 (año del despegue exportador en Chile), el índice utilizado para medir concentración en el sector exportador del país (Herfindhal- Hirchman) triplicaba el de Nueva Zelandia y doblaba el de Malasia. En 2010 estamos peor; Chile aumentó el índice de concentración y quintuplicó el de ambos países.
Ciertamente la evolución del precio de las materias primas afecta el índice. No obstante, Malasia y Nueva Zelandia, a pesar del alza apostaron por una política de diversificación. En Malasia por ejemplo, el 34% de sus exportaciones corresponden a equipos eléctricos, de telecomunicaciones, procesamientos de datos, en general de alta tecnología. En tanto Chile, luego de 15 años de modelo exportador, concentra un 60% de sus exportaciones solo en cobre.
Existe una gran diferencia entre la concentración orientada a la explotación de rentas monopólicas -acompañada de expoliación a los consumidores y abuso a los proveedores, como la que se observa en Chile- con la concentración necesaria para competir en el mercado internacional. Este contraste se observa claramente en el mercado avícola de Chile, en relación al de Brasil. Este último es actualmente el segundo exportador en el mundo y principal competidor de la industria estadounidense.
Brasil tiene dos grandes empresas que dominan el sector exportador avícola: Sadia y Perdigao, las que acaban de fusionarse para fortalecer su competitividad internacional. El consejo regulador de la competencia en Brasil obligó a Perdigao a suspender su marca por 5 años en 14 mercados de la economía nacional, donde existe mayor concentración con Sadia, y a deshacerse de millonarios activos, entre ellos 10 plantas procesadoras y 8 centros de distribución.
Históricamente ambas empresas compitieron por liderar el mercado mundial. La necesidad de reducir costos y precios aumentando productividad, generó una dinámica totalmente diferente a la de los concentrados mercados chilenos. La alianza público-privada para la búsqueda permanente de competitividad condujo a Brasil a la creatividad y a la innovación en todos los segmentos de la cadena de valor. Son conocidos los avances logrados en procesamiento, alimentación, vacunas, medicamentos y desarrollos genéticos, acompañados de nuevas empresas e institutos de investigación y desarrollo.
Esto le ha permitido a la industria crecer y competir con las empresas de los Estados Unidos y, al mismo tiempo, crear un entorno positivo para el desarrollo de la ciencia y la tecnología, una masa critica de profesionales y expertos en los diversos eslabones de la cadena de producción agroindustrial. Además mejoraron los currículum de las universidades, dinámica que al verificarse también en industrias que expanden su liderazgo (como aeronáutica, petróleo, bioetanol, minerales, siderurgia y papel y celulosa) le dan un fuerte impulso a la investigación, desarrollo tecnológico y a la innovación en el país.
La generación de este círculo virtuoso en Chile es una deuda de todos los gobiernos en democracia. Si la Concertación aspira a volver a gobernar debiera revisar la exagerada fe otorgada al mercado y su falta de confianza en el desarrollo productivo. Fue esta mirada la que en definitiva llevó a sustituir la permanente búsqueda de competitividad, propia de un empresariado con visión de futuro, por el lobby y el acomodo a un hiper rentismo de corto plazo.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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