Opinión
CEP: La desesperanza con lo público, la nueva revolución del 68
por CARLOS CORREA B. 22 agosto 2016
En la reciente y ultraanalizada encuesta CEP hay una coincidencia notable de números que vale la pena mirar con atención: un 68% considera que la situación política es mala o muy mala. El mismo número se repite en una pregunta sobre economía, donde un 68% considera que la situación del país está estancada. Y más increíble aún, la casualidad es que un 68% condene las tomas, como modo de lucha del movimiento estudiantil.
Un número muy parecido de personas encuestadas es el que declara que no tiene candidato presidencial alguno, o quizás votaría por Optimus Prime.
Una lectura que prontamente harán el ex Presidente Sebastián Piñera y su entorno, es el fracaso de la Nueva Mayoría y que el país perdió el sentido de lo público y del desarrollo con la retroexcavadora, entre otros tantos mitos que le atribuyen a la actual coalición del gobierno.
Es agua para su molino, se entiende que todo vale en su nueva aventura presidencial, pero esa tesis no se sostiene con los elementos de la realidad, por dos cosas. En primer lugar, porque no se ven masas enfervorizadas pidiendo la restauración borbónica, como tratan de vender seminario tras seminario los teóricos de la derecha, después de 4 años de agitada revolución. Qué mejor prueba de que la calle sigue ardiente son las masivas marchas en contra del actual sistema previsional.
Y en las mayorías silenciosas que tanto le gusta decir a la derecha que representa, tampoco hay una gran pasión por Piñera. Solo un 14% lo quiere de Presidente, un número mucho menor a encuestas anteriores cuando era Presidente. En la encuesta CEP de hace exactamente 8 años, el porcentaje era de un 33%, número que suele recordar gestas pasadas de Piñera.
Y en segundo lugar porque Bachelet y su equipo no son revolucionarios ni agitadores. Ni lo fueron nunca y el mote les molestaba mucho. Hay que recordar que cuando el senador Quintana sacó en portada de El Mercurio su famosa retroexcavadora, rápidamente el ministro del Interior del momento salió a quitarle piso. También forman parte del gobierno los ministros Valdés y Pacheco, que por mucho que la imaginería de la derecha genere caricaturas, no se les logra ver por lado alguno deseos de ser comisarios.
La próxima elección municipal creará una falsa ilusión: como el mapa político no se moverá mayormente se creerá que lo peor de la crisis pasó. Algunos ya están leyendo, y especialmente en La Moneda, que no será para tanto la crisis de la desesperanza con lo público, y que es posible navegar el último año con tranquilidad. Esa es la explicación de la críptica y miope frase del actual ministro del Interior después de la reunión con la Presidenta: lo que importa son las elecciones, no las encuestas (ni las marchas).
Pero es evidente que lo ocurrido deja en un buen punto al ex Presidente Piñera para volver a ganar las elecciones. Aunque el triunfalismo de su entorno es excesivo. Si es que lo logra, su triunfo no será amplio, sino muy parecido al de sus admirados Macri y PPK: muy estrecho y más bien por decantación de alternativas. Y, por cierto, gobernar le resultará aún más difícil, en especial si su agenda es la contrarreforma, como lo está sufriendo Macri en este momento en Argentina.
¿Se imaginan la Moneda de Piñera con la marcha de la AFP en las calles? ¿O las redes sociales cobrándole tweets a sus partidarios cuando su popularidad alcance a la que tiene hoy la Presidenta?
Pero hay algo que sí muestra la encuesta CEP y en eso tiene razón la derecha. Que el camino reformista para cambiar la sociedad fracasó. No solo por el fracaso de la gratuidad o el muy bajo interés en una nueva Constitución, que terminó con los cabildos regionales llenos de funcionarios públicos y acarreados de los partidos oficialistas. Sino porque los teóricos del reformismo socialdemocráta leyeron un malestar que requería reformas, cuando en realidad lo que había era desánimo y desconfianza en el modo alejado de las personas en que los políticos llevan los asuntos públicos.
Cada día más, las personas se sienten contentas consigo mismas, convencidas de que lo que han logrado se lo deben a su esfuerzo y no a las políticas públicas y alejadas de una élite política que no entiende cómo solucionar los problemas. Una élite que no sabe cómo mejorar el transporte público porque en su vida lo han ocupado, o que no sabe cómo resolver el problema previsional, pues no impone, ya que ha trabajado buena parte de su vida para el Estado a honorarios o tiene recursos suficientes como para que la baja pensión no le quite el sueño.
La primera víctima de este desencanto es la candidatura del ex Presidente Lagos, que no logró cuajar después de un mes amplio en materia de despliegue público. Es un fracaso doloroso, pues el ex Presidente ha sido quien mejor ha leído correctamente el entorno y la derrota de la política tradicional. En una entrevista que muchos mal leyeron dijo que “lo que hay acá es una crisis de legitimidad asociada a una crisis de confianza. La ciudadanía no está confiando ni en las instituciones ni en los actores políticos”. La propia desconfianza a la que hace referencia el ex Mandatario le jugó en contra. Muchos leyeron que estaba haciendo una jugada propia de House of Cards: inventar una crisis para después aparecer como el que tiene las herramientas para solucionarla.
Como suele pasar, Lagos es más valorado como observador y como gestor de iniciativas como tuconstitucion.cl o los diálogos con la minería que ha desarrollado en la plataforma de Valor Minero, que como actor de la coyuntura. En el segundo rol, entra al mismo espacio de sospecha que atraviesa a toda la clase política.
La llamada “izquierda extra-Nueva Mayoría” también lee incorrectamente el entorno. Su interpretación es que hay espacio para nuevas alternativas que están más allá del duopolio dominante. Parecieran darles la razón las marchas masivas en contra de las AFP, la mayoría que han logrado en las desprestigiadas organizaciones estudiantiles, y el clamor de las redes sociales. Este discurso antisistémico es mucho más atractivo, y es por ello que atrae como moscas a algún que otro oportunista de siempre que se baña de izquierda y busca rápidamente bajarse del barco de la Nueva Mayoría y subirse al de los muchachos idealistas.
Tampoco se condice con la realidad este sueño de la izquierda. La encuesta CEP ni ninguna otra muestra un giro de la sociedad chilena hacia la izquierda. Las personas quieren más aportes de los empresarios a las AFP, pero que sea para aumentar su capitalización y no a un fondo solidario; por otro lado, no aprueban el rol de la CUT o del movimiento estudiantil. Y, por cierto, solo un 7 por ciento se declara muy de izquierda en la encuesta CEP y, peor aún, solamente un 11% considera que un futuro Presidente debiera asegurar mayor igualdad de ingresos.
La izquierda chilena debiera escuchar más a su ídolo Pepe Mujica, que en una entrevista reciente, hecha en el bar ícono de Emir Kusturica, sin pudor alguno planteó que tanto la socialdemocracia como el comunismo no llevaron a ningún lado o fueron el camino más largo de vuelta hacia el capitalismo. Y, aprovechando el impulso, podrían ver Underground, y reflexionar sobre cómo el sueño de la izquierda provoca monstruos.
El problema real hoy es que se instaló una desesperanza con lo político. Cada vez más personas piensan que ir a votar no resuelve nada, que los políticos viven en un mundo de sueños, y que son incapaces no solo de resolver los problemas del país, sino incluso de gobernar. No es el antiguo juego gobierno-oposición, donde las personas confiaban en que el cambio de color político en las oficinas de Palacio implicaba un mejor país, sino un asunto muy dramático: dos tercios de los ciudadanos están convencidos de que no se resuelve nada yendo a la urna.
¿Cuáles debieran ser los caminos? Vamos camino a una democracia distinta, ya sea por la vía de hacer cambios al modo como los ciudadanos participan del poder o por la vía de una ruptura violenta, en este caso ni por la izquierda, con una revolución a lo Boric, ni con el autoritarismo. Será peor, vendrá por el lado del populismo.
Pareciera que no se ha aprendido de los errores del zar Nicolás y otros tantos: o se realizan los cambios ahora o vendrá la marea incontrolable, con las consecuencias en la estabilidad del país.
Si sigue la resistencia de la élite y la falsa creencia de que el modelo actual de democracia, donde el único poder de los ciudadanos es ir a votar, es capaz de resistir y absorber el descontento, vendrán escenarios peores. La democracia chilena necesita más plebiscitos, más transparencia, más participación ciudadana, más diálogo de las empresas con los consumidores, más elección de representantes de todo tipo, más economía de la innovación, más mercados abiertos a las pymes, más desarrollo económico local, más descentralización en las decisiones, más medios de comunicación, partidos más ciudadanos y con menos lotes, más gobierno y Parlamento abierto, más Uber y más crowdfunding y, por cierto, menos política de las alturas.
La próxima elección municipal creará una falsa ilusión: como el mapa político no se moverá mayormente, se creerá que lo peor de la crisis pasó. Algunos ya están leyendo, y especialmente en La Moneda, que no será para tanto la crisis de la desesperanza con lo público, y que es posible navegar el último año con tranquilidad. Esa es la explicación de la críptica y miope frase del actual ministro del Interior después de la reunión con la Presidenta: lo que importa son las elecciones, no las encuestas (ni las marchas).
Si no se logra ahora, antes de la elección, el acuerdo político para compartir poder con los ciudadanos, será entonces el tiempo de los candidatos de fuera: por ejemplo, de Farkas, el millonario bueno y, por qué no, de Optimus Prime.
FUENTE: EL MOSTRADOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario