lunes, 14 de marzo de 2016

Primera parte para el olvido

¡Medio gobierno!

Sin Caval –con toda certeza– la figura de la Presidenta habría tenido el desgaste natural de un primer año en La Moneda, que en su caso, en aquel entonces, era mínimo. La buena noticia para la Presidenta Michelle Bachelet, y para los chilenos, es que tiene todo un segundo tiempo para empatar el partido, y los descuentos, para soñar con el triunfo.


Michelle Bachelet1Analizar los dos primeros años del gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet obliga a una inflexión marcada por el caso Caval. Sin la existencia de ese desgraciado acontecimiento, desde luego su gestión habría tenido un sello más acorde con el programa que hasta entonces –febrero de 2015–, ella planeaba ejecutar, hasta cuando un reportaje reveló que su nuera e hijo habían sostenido una reunión con uno de los hombres más ricos del país, saliendo de allí con la aprobación de un crédito para el cual no reunían los requisitos para comprar unos terrenos, con los que entrarían al mercado inmobiliario.
Sin Caval –con toda certeza– la figura de la Presidenta habría tenido el desgaste natural de un primer año en La Moneda, que en su caso, en aquel entonces, era mínimo, en especial, cuando la Mandataria, en plena luna de miel con la ciudadanía, había logrado aprobar varios proyectos de ley, que a estas alturas, ya ni siquiera son recordados por la población, como el Acuerdo de Unión Civil, la ley Ricarte Soto, la eliminación del sistema binominal, el financiamiento de la política que regula los aportes a las campañas políticas, el bono marzo, entre algunos.
Dentro de lo que el Gobierno pretende ver convertido en realidad, está la reforma laboral y el proyecto de despenalización del aborto en tres causales, además de la continuidad del proceso constituyente, cuya marcha ha tenido escasa trascendencia. La primera debiese ver la luz en los próximos días, luego que el Senado la despachara a tercer trámite.
No obstante, el proyecto aún deberá superar tres escollos; uno en la Cámara de Diputados, donde la bancada socialista ya anunció que se opondrá al reemplazo interno que subyace bajo el eufemismo de las ‘adecuaciones necesarias’, que permiten al empleador modificar turnos y horarios para favorecer la continuidad de la faena durante la huelga; el segundo, es la comisión mixta que deberá resolver las controversias del proyecto, y por último, su paso por el Tribunal Constitucional, luego que la derecha hiciera planteara una reserva de constitucionalidad respecto a la indicación del Ejecutivo de no extender los beneficios a los trabajadores no sindicalizados, lo que desde la oposición es visto como sindicalización forzada.
El optimismo de Bachelet
Donde sí el Gobierno se apresta a celebrar es en la aprobación del proyecto que despenaliza la interrupción voluntaria del embarazo en tres causales, iniciativa que ya fue aprobada por la comisión de Constitución de la Cámara. Aunque la votación en Sala se vislumbra como favorable a las expectativas de La Moneda, el proyecto de ley también podría acabar en el Tribunal Constitucional.
Pese a ello, Michelle Bachelet confía en que sea su administración la que pase a la historia como aquella donde las mujeres concretaron el ansiado anhelo de ejercer en plenitud el ejercicio de sus derechos reproductivos. Cumplir esas expectativas podría acarrearle al bacheletismo una inusitada adhesión, cuestión que la Nueva Mayoría, o cualquiera otra alianza que la reemplace, espera capitaliza en las urnas del progresismo.
“Llevamos dos años de reformas, empujando transformaciones, y hay que decirlo, no sin dificultades” dijo este 11 de marzo la Jefa de Estado. En la ocasión, Bachelet se refirió a los agoreros “que les gusta ver todo negro” (El Mercurio), y les habló a los que se oponen a las reformas que ella está empeñada en sacar adelante, afirmando que sus detractores preferirían que ella sólo hiciera una simple manicure, para que todo siguiera igual.
No obstante, ella ha hecho mucho más. Ha impulsado tres reformas que, de prosperar en su tramitación y efectos ulteriores, bien podrían modificar en algo el destino fatalista de un país que entró en la senda del consumo desatado, donde el derecho de propiedad tiene mayor rango que el derecho humano a la vida.
Las tres reformas –tributaria, educacional y laboral– que forman parte del quehacer del Ejecutivo, han tenido a su turno los inconvenientes que supone un proceso legislativo en el contexto de un sistema democrático que se nutre de disidencias y acuerdos. No obstante, durante este gobierno, ese proceso ha sido traumático y desolador, toda vez que el Ejecutivo ha sido errático en su comportamiento legislativo –tal como han sido las reformas a la reforma tributaria, o el último ajuste fiscal al Presupuesto 2016–, cuestión que bien podría explicarse por la falta de liderazgo político atribuible a la persona de la Presidenta, quien se ha demostrado débil frente a sus ministros y asesores, que en muchas oportunidades, han relativizado sus decisiones, exponiéndola a tensiones innecesarias, como aquella performance del ex Presidente Ricardo Lagos hablando como dueño de casa en La Moneda, tras reunirse con el vicepresidente Jorge Burgos, mientras Bachelet se encontraba fuera del país. ¿Habría aceptado el ex Presidente Lagos que su antecesor Eduardo Frei fuera a Palacio a enmendarle la plana a su gobierno en su ausencia?
Qué decir de la absurda decisión de la jefa de gabinete presidencial, Ana Lya Uriarte, de dejar de motu proprio al ministro del Interior al margen de un viaje express de la Jefa de Estado a La Araucanía, a sabiendas de los problemas de la región en materias de la competencia de Interior. Un desatino de marca mayor en el que la propia Bachelet podría estar incluida, y de ser así, resulta obvio que se trató de una mala decisión, pues, generó un conflicto político innecesario, cuyos costos aún no acaban de ser valorados en su real dimensión, considerando la fractura que dicho impasse provocó en el eje DC-PS.
penailillo cagado de la risa¿Funcionan las instituciones chilenas?
Tanto en la víspera del segundo aniversario, así como el mismo día 11 de marzo, no hubo ese ánimo republicano de celebración que se esperaría de una coalición exultante, una coalición gobernante diversa, que según el vocero de Gobierno Marcelo Díaz, “también significa miradas distintas, perspectivas” que implica una “riqueza nos demanda el desafío de poder aunar y construir acuerdos al interior de la coalición”. Por el contrario, la propia Presidenta prefirió viajar ese día a Antofagasta a inaugurar un Cesfam –sin restarle mérito alguno a la relevancia de esa inauguración para los antofagastinos– y se restó de apagar su segunda velita en Palacio.
En tanto, el Poder Legislativo –de modo consciente o involuntario– también emitió una señal de no estar muy pendiente de la mentada fecha, al punto que el Senado eligió el martes 15 de marzo para realizar el cambio de presidente, mientras que la Cámara de Diputados lo hará el martes 22, saltándose ambas corporaciones la solemnidad de un plazo que quedó determinado desde el primer día de funcionamiento del Congreso Nacional, el 11 de marzo de 1990. Comoquiera que sea, tras la determinación parlamentaria, en esta oportunidad se percibe una carencia de solemnidad que se lee como poca adhesión y respeto a las instituciones; efecto previsible luego que desde el mismo Gobierno se han rebajado los estándares de la rectitud pública.
Al cumplir dos años en La Moneda –no obstante los 30 puntos (54 a 27%) que ha caído su aprobación, según Adimark–, Bachelet expresó su convicción de estar haciendo bien las cosas y habló del término de una etapa, “la obra gruesa ya está lista”–sin referirse a la mitad de su período presidencial–, y enseguida sostuvo “ahora tenemos que afinar las terminaciones”, en clara alusión a la segunda parte de su gestión. La Mandataria reconoció que el camino que le ha tocado recorrer hasta hoy ha sido ingrato y que se aprontaba a una etapa de ejecución y consolidación, sin dar espacio al reconocimiento de sus errores.
Esa obsecuencia le resta valor a sus dichos. Las palabras de Bachelet pronunciadas con ocasión de una fecha simbólica para ella y su gobierno –sin que mediara acto oficial alguno para recordar su asunción–, pasaron inadvertidas para la gran mayoría de la ciudadanía. Lo que sí está presente en la retina popular es el escándalo Caval. Y ello tiene directa relación con la confianza ciudadana.
Otro aspecto relevante es el bajo porcentaje de cumplimento de las promesas del su programa de la Mandataria. Según la Fundación Ciudadano Inteligente, que monitorea el comportamiento del programa, el porcentaje alcanzado por la actual administración es de 24,9 por ciento. En rigor, aunque la cifra representa un promedio (Ver estudio), la opinión de la ciudadanía es más crítica.
Oposición lapidaria: “Este gobierno fracasó”
Desde la oposición, el presidente de la UDI, senador Hernán Larraín afirmó que el gobierno de Michelle Bachelet “ha logrado un récord difícil de emular: que lo que se consiguió en 25 años se está perdiendo con mucha rapidez, esa es la cosecha de su gobierno”. Cuestión que reafirmó de manera lapidaria el presidente de RN, diputado Cristián Monckeberg: “Este gobierno fracasó”.
Quien sí le puso la fianza a la gestión de la Mandataria fue quien aspira a sucederla, la presidenta del Partido Socialista, Isabel Allende: “Más allá de la adhesión, que evidentemente ha bajado de una manera muy importante, clara y notoria, yo creo que la evaluación de este gobierno es que se han hecho cosas que no se habían hecho en muchos años en este país”, dijo la senadora hija del Presidente Salvador Allende.
Tras el estallido del caso que connotó a la familia presidencial como un grupo de personas susceptible de cometer delitos y tener que responder por ellos ante la justicia, vino consigo el juicio lapidario de la opinión pública: la persona en la cual más confianza se hallaba depositada, había fallado.
Si bien es cierto la Jefa de Estado no cometió delito alguno, se falta radica en su incapacidad para tomar decisiones en cuestiones en las que solo ella está llamada a discernir. Al  momento de demostrar aplomo como autoridad y madre, Bachelet se agredió en defensa propia: “Me entré por la prensa”, dijo cuando se tornó imposible que siguiera manteniendo silencio por la implicancia de su hijo y nuera en el mayor escándalo de su primer año de gobierno.
Por desgracia para ella, su gobierno pasará a la historia no como ella quisiera, como una gestión transformadora, sino como el período donde la corrupción estuvo en boca de todos, donde se perdieron las contenciones y donde todos los involucrados en chanchullos se sintieron liberados de la vergüenza de reconocerse como delincuentes.
Con todo, Bachelet no está libre de polvo y paja. Su responsabilidad consiste en haberse dejado arrastrar por ese aluvión que se llevó la confianza pública hacia el despeñadero. Si hay algún responsable a quien la afectada pueda endosarle sus males, es a su falta de determinación, a su increíble incapacidad para prever la fatalidad que implica la política del avestruz, a su imperdonable falta de olfato político para anticiparse a escenarios adversos, en su poca pulcritud para elegir a sus colaboradores, en se paupérrimo diálogo con el Parlamento y la oposición, y sobre todo, en no haber mostrado habilidad para separar su rol de madre sobreprotectora del deber de ser la Presidenta de la República.
Si hay algo que pesa en términos negativos en la gestión Bachelet 2.0 es su obstinación. Nadie comprende porqué tardó tanto en reaccionar luego que el caso Caval le estallara en el rostro; es incomprensible que haya tardado varios días en expulsar a su hijo del cargo de director sociocultural de la Presidencia. Misma obstinación con la que se opuso hasta último minuto en pedirle la renuncia al administrador del palacio, Cristian Riquelme, quien se reunió en la sede gubernamental con el operador político Juan Díaz –ligado a la UDI– para terciar en el pago de una deuda de la nuera presidencial con éste.
Tampoco resulta comprensible la tardanza en sacar a Rodrigo Peñailillo del ministerio de Interior, en circunstancias que su nombre aparecía vinculado a la emisión de boletas a la empresa de Giorgio Martelli, en el marco del financiamiento de la campaña presidencial de 2013.
Que hace algunos días Michelle Bachelet haya traslucido sus auténticos sentimientos respecto su ex ministro, es un hecho valorable. “No he tenido la ocasión de encontrarme nuevamente con él (dijo refiriéndose a Rodrigo Peñailillo), pero espero encontrármelo en algún momento y retomar esa relación de afecto, de confianza y de amistad”.
Eso mismo es lo que esperan los chilenos de ella. Le quedan dos años para intentarlo.
Patricio Araya GonzálezEl Ciudadano

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