s poderosos. El chileno ha sido obligado a comer sus propios excrementos con un fusil presionándole la nuca, en una lección del amo que le ha dicho: "Ya ves, organizarse tiene costos". Por eso, no sólo ha aprendido a olvidar, también ha aprendido a mezclarse con su opresor, a pasar desapercibido como uno más de esos esclavos con aspiraciones de éxito, con ilusiones arribistas.
Pero, como una verdadera ley natural del desarrollo económico, se sabe que al chileno lo aplastan cada día más, nunca menos. La presión crece con las alzas, con sus indignas condiciones... ¡Cuesta incluso mantener las apariencias! Pero si algo va a ocurrir, si algo va a hacer que esto reviente, es la corrupción. Todos, incluso el chileno común, se esfuerza por hacer parecer que esto funciona. Pero hay una buena cantidad de sinvergüenzas que no tienen reparo en esto de las apariencias y que rompen el saco cada vez más seguido. Son los que mezclan los iintereses de la policía con los del narco, son los que triangulan dineros fiscales -"de todos los chilenos"- para sus negocios privados o para inflar una campaña electoral de su conveniencia. Y, hablando de "los políticos", por allí se van otro tantos millones que deben hacer sentir a estos operadores, lobistas y ejecutivos de empresas, como integrantes de las altas esferas sociales.
La UDI se ha destacado en el descaro. No cabe duda. Jacqueline van Rysselberghe es un caso "quintralesco", pintoresco, de lo que estamos hablando. Pero la UDI es solamente el sector más desvergonzado, el más brutal de toda una casta política de corruptos. El gran capital no va a dejar de hacer uso de ellos, no va a dejar de tener en sus manos todo el aparato del Estado para que la sociedad entera pague la fuerza bruta que defiende su propiedad privada como una sofisticada y poderosa guardia particular de matones. La tarea del político es solamente hacer parecer que no es así, que existen acuerdos, que existe participación, que hay voluntad democrática e instituciones.
Nosotros, los chilenos, sabemos cuál es la realidad. De una u otra manera lo sabemos. Pero, ¿cuánto más durará esto? Seguramente sean los mismos poderosos y su corte de ladronzuelos los que den la señal para el estallido, para la pérdida definitiva de la paciencia chilena.
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