viernes, 10 de mayo de 2013

Bachelet, la post-política y el ‘laissez faire’ oligárquico

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Abogado y analista político

El retorno de la popular candidata Bachelet cuando el país pasa por una profunda crisis política y social, que llamó primero la atención a la prensa internacional y a la Iglesia Católica, hizo pensar a muchos que, bajo su dirección, una Concertación ampliada, se haría eco del clamor popular.
Las causas del problema comenzaron con la transición, hace un cuarto de siglo. Después del triunfo del NO en el plebiscito de 1988, se negoció a puertas cerradas entre las élites y la ciudadanía se desmovilizó, en el contexto de candados constitucionales que les dieron un poder de veto a los hijos de Pinochet.
“La economía de laissez faire oligárquico de la dictadura atormentadora”, según el Financial Times, “apenas fue cambiada por sus sucesores electos”. Se adoptó sin excepciones el mercado, al que se sometió el Estado, y se le dio protección constitucional: quórum especiales en las Cámaras para cambiar las normas; binominalismo electoral, que cambió la aritmética e hizo que 1,999 fuera igual a 1; derechos y deberes constitucionales sometidos a la jurisdicción del Tribunal Constitucional.
Hay además una desigualdad horizontal tributaria, la tasa del impuesto a la renta es más alta para el trabajo que para el capital. Y, para más remate, un impuesto al trabajo so pretexto de las pensiones, cuyo rendimiento es administrado por el sector financiero privado.
La derecha comienza a respirar tranquila. Tal vez es mejor para ella que la presidenta Bachelet enfrente a los estudiantes amarrada por el Congreso. Y la gran pregunta, en ese caso, es si correrá la suerte de François Hollande, elegido con gran entusiasmo como un ciudadano normal, prudente, bien intencionado e inteligente, y que después de un año de gobierno es tan impopular que se teme por la gobernabilidad de Francia. La razón, no percibió la profundidad del malestar ciudadano ni pudo controlar su entorno para enfrentar tiempos tan excepcionales como los actuales.
Chile pasó a ser uno de los países favoritos de los economistas. Se alaba su modelo y se cita su crecimiento económico como un ejemplo. Lo que no se dice es que para nosotros es más importante el cobre que para Arabia Saudí el petróleo, que si el precio del cobre hubiera mantenido su tendencia histórica anterior a 1990 su PIB sería 45 % inferior y que su productividad es baja, salvo en la gran minería cuprífera, como lo demuestra Patricio Melero.
En efecto, un trabajador de esa minería produce 60 millones de pesos al año (más de US$ 127.000), mientras que uno del sector financiero, supuestamente moderno, solo la cuarta parte, y el del gran comercio, una sexta.
Por ello, la productividad de Chile ocupa el lugar 42 entre las 50 principales economías, casi la cuarta parte (3,8) que la norteamericana, y es superada en América Latina por las de Argentina, México y Venezuela y es menos de la mitad que las de los dragoncillos asiáticos.
Duopolio post-político
Así desembocamos en un duopolio post-político, una partidocracia sin diferencias ideológicas. Las competencias electorales se redujeron a la lucha por el poder sobre la base de quién tiene más empatía, mejor imagen, más las correspondientes clientelas.
Chile ha sido el país suramericano más adepto a ese laissez-faire y post-política. Tanto es así que el lucro se transformó en la esencia de todas las cosas, una justa retribución lo llama la derecha. Incluso los sucesores electos del pinochetismo violaron las leyes de la dictadura, que lo prohibían expresamente respecto de las universidades privadas, haciendo la vista gorda a resquicios y elusiones legales, lo que por lo demás es de ordinaria ocurrencia con los FUT, los múltiples RUT y las sociedades de inversiones.
El ministro de Hacienda pasó a ser el superministro, caso único en las democracias capitalistas, y el Centro de Estudios Públicos, fundado por ministros de la dictadura y financiado por multimillonarios, donde Beyer, el ministro de Educación destituido hizo su carrera, llegó a ser el cenáculo.
Parafraseando a los británicos, dicen que la más grande obra de Thatcher fue Tony Blair, podemos decir que la mayor obra de los Chicago Boys es el Ministerio de Hacienda, ocupado hasta hoy por tecnócratas neoliberales. Mas los concertacionistas cometieron un gran error, implementaron el agregado de Blair, la expansión de la educación superior, en un país extractivista y oligopolizado, que no da el ancho, y peor todavía, lo hicieron como negocio.
El resultado es que, todavía, el 1 % más rico se lleva el 30,5 % del ingreso del país, el 0,1 %, el 17,6 %, y el 0,01%, 1.200 personas, el 10,1 %. Esos ingresos superan ampliamente esos porcentajes en los EE.UU., el país desarrollado más desigual, en que son 21 %, 10,5 % y 5 %, respectivamente (López, Figueroa y Gutiérrez, 2013). Y que los siete deciles más pobres, 70 % de la población, tenga un ingreso inferior al promedio. Ello explica que el Financial Times califique nuestro modelo de no sólo de “laissez-faire”, también de “oligárquico”.
El modelo entra en zona tempestuosa
La post-política y la Concertación comenzaron a deteriorarse a partir de la elección de 1997, una consecuencia de que se destiñeran los colores de la centroizquierda y del consiguiente desprestigio de la política.
Pinochet fue detenido en Londres y varios de sus acólitos en Chile; el miedo comenzó a evaporarse. Los barones de la Concertación perdieron el control. Inesperadamente Bachelet fue elegida Presidenta; el supuesto sucesor de Lagos era Insulza. Por desgracia fue rodeada por Expansiva, un centro tecnoeconomicista, del que sobrevivió como consecuencia de su extraordinaria empatía y buen criterio. Y Expansiva desapareció del radar.
Piñera fue el primer Presidente derechista electo desde 1958 y el primero de la transición con menos votos que los que no votaron (no inscritos, abstenciones, nulos y blancos). Su aprobación subió al 63 % por el rescate de los mineros de la mina San José en octubre del 2010. Pocos meses más tarde se iniciaron las protestas sociales, encabezadas por los estudiantes universitarios, y la desaprobación de Piñera subió a 68 % (Adimark). A ese movimiento se sumaron ecologistas, regionalistas, pueblos originarios y, recientemente, sindicatos. Y fueron afectados sectores económicos básicos del modelo rentista chileno: la electricidad, los puertos y el cobre.
El caso de los estudiantes universitarios es sintomático. Su número pasó de 200.000 a 1.100.000, a partir de 1990, el 45 % de la población de entre 18 y 24 años de edad, de los cuales el 70 % es la primera generación que llega a esos estudios en sus familias. El 80 % del costo recae en los estudiantes. El 60 % de ellos reciben becas y préstamos con respaldo estatal, pero solo cubren entre el 70 y 80 % del gasto.
La situación se agrava porque el 40 % de los diplomados descubre que sus remuneraciones no cubren la inversión que hicieron. En palabras de Andrés Velasco: “La combinación de ingresos más bajos que los esperados y deudas más altas que las supuestas es explosiva”.
Tienen un gran apoyo social, 80 % de acuerdo a las encuestas. Según el Financial Times se esparce la percepción de que el Estado no intervencionista y la cacareada estabilidad de Chile, en vez de aumentar las oportunidades, engaña a los de abajo con lo que les promete. Y esto es más visible en el sector universitario, la supuesta escalera del ascenso social.
El modelo se desequilibra
Este año los estudiantes volvieron a la carga y sacaron más de 100 mil personas a la calle, a pesar de los avances que han logrado, dirigidos por organizaciones que se califican de autónomas y con consignas en contra de los políticos de todos los colores: típico de la anti política, el antídoto habitual a la pos política.
La iniciativa de destituir a Beyer fue institucionalizada, y por tanto moderada, por la diputada independiente Sepúlveda, y el golpe de gracia lo dio el senador Bianchi, también independiente. La Concertación tuvo un momento de lucidez, dio los votos para su aprobación. Muchos pensaron que finalmente los partidos concertacionistas se sumaban a la antigua norma vox populi vox dei.
La reacción derechista fue de pánico. La UDI sustituyó a su candidato presidencial, desde un héroe de la mal llamada modernización capitalista, Golborne, quien fue gerente general de la segunda más grande empresa chilena, Cencosud, por un fogueado político, Longueira.
El flamante candidato reúne dos virtudes. Fue la contraparte con el gobierno de Lagos para superar los escándalos concertacionistas el 2003, es decir, negocia, lo que permite influir aunque se pierdan elecciones, y defiende a las pymes, una base electoral de la derecha, que abastecen y, al igual que los consumidores, se quejan de los abusos de Cencosud que dirigió Golborne. El Mercurio y los dirigentes derechistas comenzaron a dar prioridad a la unidad del sector para, dicen, defender a Chile del comunismo; retroceden varias décadas de historia.
¿Cómo se explica esa reacción? La destitución de Beyer pareció romper la pos política a la chilena, que es fundamental para mantener la  economía del laissez faire oligárquico, con el agravante de que el actor principal fue la calle, la anti política, sin entender que encauzar en el Congreso la protesta ciudadana es esencial para la gobernabilidad.
Según el Financial Times, el modelo chileno es demasiado rígido para responder a las necesidades de hoy. Ahora, por primera vez desde comienzos de la década de los 80, hasta el Banco Mundial propugna por “la creación de industrias competitivas” (léase política industrial) para lograr el desarrollo.
La Concertación se desconcierta
Por desgracia la Concertación dio un paso atrás. No logró ponerse de acuerdo en primarias, a pesar de los esfuerzos de Bachelet, quien no pudo imponerse ni siquiera en su partido. Quieren devorar al animal, cada uno por su cuenta, y la manada pelea, a pesar de que es obvio que para que la oposición obtenga los doblajes del binominalismo y una clara mayoría en el Congreso, requiere de unidad tras primarias abiertas para todo cargo de congresal como lo exige el pueblo.
La consigna un Congreso para Bachelet carece de sentido si no van unidos y con mandato popular, o sea, con candidatos elegidos por la ciudadanía. Si no es así, lo más probable es que se repita el empate virtual en bancas del Congreso, que tiene 10 años, y una alta abstención como en la municipal.
La derecha comienza a respirar tranquila. Tal vez es mejor para ella que la presidenta Bachelet enfrente a los estudiantes amarrada por el Congreso. Y la gran pregunta, en ese caso, es si correrá la suerte de François Hollande, elegido con gran entusiasmo como un ciudadano normal, prudente, bien intencionado e inteligente, y que después de un año de gobierno es tan impopular que se teme por la gobernabilidad de Francia. La razón, no percibió la profundidad del malestar ciudadano ni pudo controlar su entorno para enfrentar tiempos tan excepcionales como los actuales.

FUENTE: EL MOSTRADOR

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