Bachelet, la post-política y el ‘laissez faire’ oligárquico
El retorno de la popular candidata Bachelet
cuando el país pasa por una profunda crisis política y social, que llamó
primero la atención a la prensa internacional y a la Iglesia Católica,
hizo pensar a muchos que, bajo su dirección, una Concertación ampliada,
se haría eco del clamor popular.
Las causas del problema comenzaron con la transición, hace un cuarto
de siglo. Después del triunfo del NO en el plebiscito de 1988, se
negoció a puertas cerradas entre las élites y la ciudadanía se
desmovilizó, en el contexto de candados constitucionales que les dieron
un poder de veto a los hijos de Pinochet.
“La economía de laissez faire oligárquico de la dictadura
atormentadora”, según el Financial Times, “apenas fue cambiada por sus
sucesores electos”. Se adoptó sin excepciones el mercado, al que se
sometió el Estado, y se le dio protección constitucional: quórum
especiales en las Cámaras para cambiar las normas; binominalismo
electoral, que cambió la aritmética e hizo que 1,999 fuera igual a 1;
derechos y deberes constitucionales sometidos a la jurisdicción del
Tribunal Constitucional.
Hay además una desigualdad horizontal tributaria, la tasa del
impuesto a la renta es más alta para el trabajo que para el capital. Y,
para más remate, un impuesto al trabajo so pretexto de las pensiones,
cuyo rendimiento es administrado por el sector financiero privado.
La derecha comienza a respirar tranquila. Tal vez es mejor para ella que la presidenta Bachelet enfrente a los estudiantes amarrada por el Congreso. Y la gran pregunta, en ese caso, es si correrá la suerte de François Hollande, elegido con gran entusiasmo como un ciudadano normal, prudente, bien intencionado e inteligente, y que después de un año de gobierno es tan impopular que se teme por la gobernabilidad de Francia. La razón, no percibió la profundidad del malestar ciudadano ni pudo controlar su entorno para enfrentar tiempos tan excepcionales como los actuales.
Chile pasó a ser uno de los países favoritos de los economistas. Se
alaba su modelo y se cita su crecimiento económico como un ejemplo. Lo
que no se dice es que para nosotros es más importante el cobre que para
Arabia Saudí el petróleo, que si el precio del cobre hubiera mantenido
su tendencia histórica anterior a 1990 su PIB sería 45 % inferior y que
su productividad es baja, salvo en la gran minería cuprífera, como lo
demuestra Patricio Melero.
En efecto, un trabajador de esa minería produce 60 millones de pesos
al año (más de US$ 127.000), mientras que uno del sector financiero,
supuestamente moderno, solo la cuarta parte, y el del gran comercio, una
sexta.
Por ello, la productividad de Chile ocupa el lugar 42 entre las 50
principales economías, casi la cuarta parte (3,8) que la norteamericana,
y es superada en América Latina por las de Argentina, México y
Venezuela y es menos de la mitad que las de los dragoncillos asiáticos.
Duopolio post-político
Así desembocamos en un duopolio post-político, una partidocracia sin
diferencias ideológicas. Las competencias electorales se redujeron a la
lucha por el poder sobre la base de quién tiene más empatía, mejor
imagen, más las correspondientes clientelas.
Chile ha sido el país suramericano más adepto a ese laissez-faire
y post-política. Tanto es así que el lucro se transformó en la esencia
de todas las cosas, una justa retribución lo llama la derecha. Incluso
los sucesores electos del pinochetismo violaron las leyes de la
dictadura, que lo prohibían expresamente respecto de las universidades
privadas, haciendo la vista gorda a resquicios y elusiones legales, lo
que por lo demás es de ordinaria ocurrencia con los FUT, los múltiples
RUT y las sociedades de inversiones.
El ministro de Hacienda pasó a ser el superministro, caso único en
las democracias capitalistas, y el Centro de Estudios Públicos, fundado
por ministros de la dictadura y financiado por multimillonarios, donde
Beyer, el ministro de Educación destituido hizo su carrera, llegó a ser
el cenáculo.
Parafraseando a los británicos, dicen que la más grande obra de Thatcher fue Tony Blair, podemos decir que la mayor obra de los Chicago Boys
es el Ministerio de Hacienda, ocupado hasta hoy por tecnócratas
neoliberales. Mas los concertacionistas cometieron un gran error,
implementaron el agregado de Blair, la expansión de la educación
superior, en un país extractivista y oligopolizado, que no da el ancho, y
peor todavía, lo hicieron como negocio.
El resultado es que, todavía, el 1 % más rico se lleva el 30,5 % del
ingreso del país, el 0,1 %, el 17,6 %, y el 0,01%, 1.200 personas, el
10,1 %. Esos ingresos superan ampliamente esos porcentajes en los
EE.UU., el país desarrollado más desigual, en que son 21 %, 10,5 % y 5
%, respectivamente (López, Figueroa y Gutiérrez, 2013). Y que los siete
deciles más pobres, 70 % de la población, tenga un ingreso inferior al
promedio. Ello explica que el Financial Times califique nuestro modelo
de no sólo de “laissez-faire”, también de “oligárquico”.
El modelo entra en zona tempestuosa
La post-política y la Concertación comenzaron a deteriorarse a partir
de la elección de 1997, una consecuencia de que se destiñeran los
colores de la centroizquierda y del consiguiente desprestigio de la
política.
Pinochet fue detenido en Londres y varios de sus acólitos en Chile;
el miedo comenzó a evaporarse. Los barones de la Concertación perdieron
el control. Inesperadamente Bachelet fue elegida Presidenta; el supuesto
sucesor de Lagos era Insulza. Por desgracia fue rodeada por Expansiva,
un centro tecnoeconomicista, del que sobrevivió como consecuencia de su
extraordinaria empatía y buen criterio. Y Expansiva desapareció del
radar.
Piñera fue el primer Presidente derechista electo desde 1958 y el
primero de la transición con menos votos que los que no votaron (no
inscritos, abstenciones, nulos y blancos). Su aprobación subió al 63 %
por el rescate de los mineros de la mina San José en octubre del 2010.
Pocos meses más tarde se iniciaron las protestas sociales, encabezadas
por los estudiantes universitarios, y la desaprobación de Piñera subió a
68 % (Adimark). A ese movimiento se sumaron ecologistas, regionalistas,
pueblos originarios y, recientemente, sindicatos. Y fueron afectados
sectores económicos básicos del modelo rentista chileno: la
electricidad, los puertos y el cobre.
El caso de los estudiantes universitarios es sintomático. Su número
pasó de 200.000 a 1.100.000, a partir de 1990, el 45 % de la población
de entre 18 y 24 años de edad, de los cuales el 70 % es la primera
generación que llega a esos estudios en sus familias. El 80 % del costo
recae en los estudiantes. El 60 % de ellos reciben becas y préstamos con
respaldo estatal, pero solo cubren entre el 70 y 80 % del gasto.
La situación se agrava porque el 40 % de los diplomados descubre que
sus remuneraciones no cubren la inversión que hicieron. En palabras de
Andrés Velasco: “La combinación de ingresos más bajos que los esperados y
deudas más altas que las supuestas es explosiva”.
Tienen un gran apoyo social, 80 % de acuerdo a las encuestas. Según
el Financial Times se esparce la percepción de que el Estado no
intervencionista y la cacareada estabilidad de Chile, en vez de aumentar
las oportunidades, engaña a los de abajo con lo que les promete. Y esto
es más visible en el sector universitario, la supuesta escalera del
ascenso social.
El modelo se desequilibra
Este año los estudiantes volvieron a la carga y sacaron más de 100
mil personas a la calle, a pesar de los avances que han logrado,
dirigidos por organizaciones que se califican de autónomas y con
consignas en contra de los políticos de todos los colores: típico de la
anti política, el antídoto habitual a la pos política.
La iniciativa de destituir a Beyer fue institucionalizada, y por
tanto moderada, por la diputada independiente Sepúlveda, y el golpe de
gracia lo dio el senador Bianchi, también independiente. La Concertación
tuvo un momento de lucidez, dio los votos para su aprobación. Muchos
pensaron que finalmente los partidos concertacionistas se sumaban a la
antigua norma vox populi vox dei.
La reacción derechista fue de pánico. La UDI sustituyó a su candidato
presidencial, desde un héroe de la mal llamada modernización
capitalista, Golborne, quien fue gerente general de la segunda más
grande empresa chilena, Cencosud, por un fogueado político, Longueira.
El flamante candidato reúne dos virtudes. Fue la contraparte con el
gobierno de Lagos para superar los escándalos concertacionistas el 2003,
es decir, negocia, lo que permite influir aunque se pierdan elecciones,
y defiende a las pymes, una base electoral de la derecha, que abastecen
y, al igual que los consumidores, se quejan de los abusos de Cencosud
que dirigió Golborne. El Mercurio y los dirigentes derechistas
comenzaron a dar prioridad a la unidad del sector para, dicen, defender a
Chile del comunismo; retroceden varias décadas de historia.
¿Cómo se explica esa reacción? La destitución de Beyer pareció romper
la pos política a la chilena, que es fundamental para mantener la
economía del laissez faire oligárquico, con el agravante de que
el actor principal fue la calle, la anti política, sin entender que
encauzar en el Congreso la protesta ciudadana es esencial para la
gobernabilidad.
Según el Financial Times, el modelo chileno es demasiado rígido para
responder a las necesidades de hoy. Ahora, por primera vez desde
comienzos de la década de los 80, hasta el Banco Mundial propugna por
“la creación de industrias competitivas” (léase política industrial)
para lograr el desarrollo.
La Concertación se desconcierta
Por desgracia la Concertación dio un paso atrás. No logró ponerse de acuerdo en primarias, a pesar de los esfuerzos de Bachelet, quien no pudo imponerse ni siquiera en su partido. Quieren devorar al animal, cada uno por su cuenta, y la manada pelea, a pesar de que es obvio que para que la oposición obtenga los doblajes del binominalismo y una clara mayoría en el Congreso, requiere de unidad tras primarias abiertas para todo cargo de congresal como lo exige el pueblo.
Por desgracia la Concertación dio un paso atrás. No logró ponerse de acuerdo en primarias, a pesar de los esfuerzos de Bachelet, quien no pudo imponerse ni siquiera en su partido. Quieren devorar al animal, cada uno por su cuenta, y la manada pelea, a pesar de que es obvio que para que la oposición obtenga los doblajes del binominalismo y una clara mayoría en el Congreso, requiere de unidad tras primarias abiertas para todo cargo de congresal como lo exige el pueblo.
La consigna un Congreso para Bachelet carece de sentido si no van
unidos y con mandato popular, o sea, con candidatos elegidos por la
ciudadanía. Si no es así, lo más probable es que se repita el empate
virtual en bancas del Congreso, que tiene 10 años, y una alta abstención
como en la municipal.
La derecha comienza a respirar tranquila. Tal vez es mejor para ella
que la presidenta Bachelet enfrente a los estudiantes amarrada por el
Congreso. Y la gran pregunta, en ese caso, es si correrá la suerte de
François Hollande, elegido con gran entusiasmo como un ciudadano normal,
prudente, bien intencionado e inteligente, y que después de un año de
gobierno es tan impopular que se teme por la gobernabilidad de Francia.
La razón, no percibió la profundidad del malestar ciudadano ni pudo
controlar su entorno para enfrentar tiempos tan excepcionales como los
actuales.
FUENTE: EL MOSTRADOR
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